miércoles, 8 de enero de 2014

La Naturaleza del Ego

Desde el punto de vista de la psi­cología académica, el concepto del ego varía con casi cada escuela par­ticular de pensamiento. En vista de que el tema es abstracto (por lo menos hipotético) es decir, algo no tan tangible como para poder colocarlo bajo un microscopio, sólo se puede teorizar del comportamiento humano. Hay tal inter­cambio entre los términos alma, mente, ego, psiquis, etc., que a veces se vuelve difícil distinguir uno del otro en las ex­plicaciones dadas por algunos de los psi­cólogos clásicos y contemporáneos.

Por ejemplo, Carl Jung se refiere a la mente (y aquí nosotros solamente ge­neralizamos) como el proceso que con­cierne a las funciones mentales como la razón, voluntad, imaginación, memoria y percepción sensoria. Por otra parte, él considera lo que el hombre llama alma como “la personalidad interna”.

Es el modo en que uno responde o el comportamiento hacia los procesos psí­quicos internos de uno. Dice Jung: “Al carácter que uno muestra a su incons­ciente, a esa actitud interna, yo la llamo alma”. En otras palabras, hay dos con­juntos primarios separados de estímulo, uno de afuera y uno de adentro. El mas sutil, los procesos psíquicos prove­nientes de los niveles más hondos de la consciencia, o el inconsciente como le llama Jung, origina esa respuesta de la personalidad (o carácter interior) que se considera como alma.

En cuanto al ego, Jung dice que es el “tema de la consciencia”. ¿Podemos subs­tituir por ego la palabra ser, el usted, en su relación a la externalidad por un lado y el completo interior, o ser psíquico, por el otro, siendo la consciencia el medio a través del cual este ego, o ser, tiene realización? Jung dice: “La consciencia es la función o actividad que mantiene la relación del contenido psíquico con el ego”.

Existen interesantes diagramas en los cuales Jung ilustra su concepto del ego. Primero se dibuja un circulo para repre­sentar el todo, la organización psíquica completa. Este circulo es intersectado por una línea gruesa. En el centro de esta línea hay un pequeño círculo en el que aparece la palabra ego. Este es el punto central. Luego la parte superior del gran circulo tiene una línea puntea­da a través de su mitad inferior, con la palabra consciencia en ella. La mitad inferior del gran círculo tiene otra línea punteada a través de sí, y en esta área está la palabra inconsciente. Sin embar­go, el área inconsciente se hizo mucho más grande que aquella de lo consciente. Esto indica que el reino de lo incons­ciente (o de los procesos psíquicos) es mucho más vasto en relación al ego de lo que es la esfera consciente.

Impresiones del inconsciente

Jung indica: “Todo lo que se percibe es del objetivo; todo lo que no se percibe es del inconsciente”. El inconsciente constituye un tremendo depósito de impresiones del que no estamos ordinaria­mente conscientes. Por supuesto, a veces estas llegan dentro del nivel consciente y son percibidas por el ego, en varias formas.

En otro diagrama, Jung subdivide mas la esfera de lo inconsciente. Inme­diatamente abajo está el reino de lo que él designa como la esfera de incons­ciencia personal. Esta consiste en impresiones latentes, el resultado de ex­periencias de la infancia, tempranas asociaciones, etc., las que a veces vienen a la mente y tienen una influencia di­recta sobre nosotros.

Detrás de esta esfera de la incons­ciencia personal hay aun otra, la que Jung denominada la inconsciencia colec­tiva. Esta consiste en impresiones ad­quiridas por la totalidad de la especie
humana, a medida que ha evolucionado a través de eones de tiempo. No es una acumulación individual sino que la ad­quisición colectiva, por parte de toda la humanidad, en su surgente lucha por la supervivencia. Por supuesto, en esta esfera, se nos dice, yacen muchas motivaciones reprimidas.

De nuevo Jung nos dice que hay dos clases de funciones psíquicas, una es la consciente y la otra lo inconsciente. Entre ellas yace la tercera, lo pre­consciente, que se interpone a ambas.

¿Podemos interpretar esto como siendo el ser que trata de ajustarse a ambas de esas esferas de manera de conseguir una reconciliación? Sin embargo, muchas veces ocurre un desequilibrio.

Ego, Super-Ego e Id

Las opiniones de Freud acerca del ego contrastan con aquellas de Jung. Podría­mos decir que Freud ha subdividido el ego en tres funciones. Sin embargo, él se refiere a la organización psíquica o naturaleza del hombre, como estando dividida en ego, suger-ego e íd.
Si interpretamos a Freud correctamente, cada uno de estos lucha por el dominio del ser consciente.

El ego representa nuestra relación con nuestros alrededores, con el mundo a nuestro alrededor. El íd gobier­na nuestros impulsos e instintos. El super-ego dirige nuestros ideales y ex­presa las prohibiciones morales. Estas tres funciones básicas del psíquico se dice que forman “la dinámica psíquica con un intercambio de energías”.

De esto parecería que Freud ha hecho al íd lo más primitivo de nuestra or­ganización psíquica. Contiene los im­pulsos e instintos que son necesarios para la existencia del ser físico, tales como el sexo, protección y supervi­vencia. Podemos decir que es el más básico requisito de la naturaleza bio­lógica del organismo, que es necesario para el ciclo de la vida.

El ego es, si nuevamente podemos usar la palabra “ser”, la consciente eva­luación, por el ser, de sus alrededores. Es el análisis y selección de aquello que sentimos y pensamos que es necesario alcanzar para satisfacer los impulsos del íd, pero los modos y métodos a través de los cuales tratamos de realizar esta preservación constituyen las decisiones hechas por el ego en relación con sus alrededores.

El super-ego es una especie de juicio más alto en cuanto al comportamiento del ego. Tiende, por sus ideales y su contenido moral, a decir lo que el ego hará o no hará en el alcance de su fun­ción. Freud nos cuenta que el super-ego representa tanto las restricciones como los estímulos morales hacia la perfec­ción. En consecuencia, el super-ego puede muchas veces oponerse a las im­pulsos primitivos del íd. Como primaria­mente sirviendo una función biológica, el íd no está concernido con los efectos morales de sus objetivos o su relación con factores de los alrededores.

Para mayor analogía, el apetito sexual, una función del íd, no se preocupa de las restricciones convencionales impuestas por la sociedad, las que son un producto del super-ego. De este modo, el super-ego muchas veces esta trabajando en contra de la “reserva de impulsos del íd.” Freud llama a esta reserva del íd “una caldera de hirvientes energías”.

Los impulsos del íd “estimulan al ego”. El sexo, el hambre, la superviven­cia en sus varias formas (las que son del íd) constantemente compelen al ego, el ser consciente objetivo como puede llamársele, a buscar y extraer de o transformar los alrededores de manera de llenar tales demandas. Podríamos entregar completamente a nuestro ego a tales impulsos del íd si no fuese por el super-ego que nos hemos hecho, al que la palabra consciencia nos ayudará a comprender mejor. Para usar una frase de Freud, “el pobre ego está atra­pado entre dos fuegos”. Si los dos fuegos, aquel del íd y del super-ego. son de­masiado fuertes, el ego “desarrolla una especie de protección, que aparece como comportamiento neurótico”.

Realización

El concepto Rosacruz del ego puede compendiarse en la palabra ser. Es la consciencia de los impulsos, emociones y presiones interiores hacia cualquiera de los variados nombres que la psico­logía académica pueda decidir llamarlos por el momento. Es también aquella realización personal que uno tiene como parada en contra o separada de toda otra realidad que es realizada. Los Rosacruces sostienen, sin embargo, que este ser se levanta del estado de consciencia, pero que no es verdaderamente consciencia sino mas bien una función de la misma.

Nosotros tenemos una consciencia de estímulos externos a través de nuestros sentidos que causa que realicemos al mundo a nuestro alrededor. Pero tam­bién estamos conscientes de tener esta función de percepción. En otras pala­bras, existe un sentido más hondo de consciencia que aparta de él aquella consciencia que tenemos del mundo. Es esta realización de que somos un ser consciente lo que constituye el ser.

El hecho de que seamos capaces de percibir esas cualidades como el frío, calor o dimensión, no engendra la idea de ser. Pero que estamos conscientes del hecho de que somos capaces de tener tales percepciones, eso es, una cons­ciencia del mecanismo de nuestros procesos mentales como aparte de su fun­ción actual, es ser; puesto más simplemente, es que sabemos que estamos conscientes. En este saber existe aquel ego o noción de ser.

Del aspecto místico de este tema, esta facultad de consciencia que es capaz de realizar su propio orden de funciona­miento, es de la propia fuerza vital de vida que, a su vez, es de la consciencia universal que el hombre denomina como alma cósmica, etc. En realidad, es bastante difícil separar el fenómeno del ser de lo que ordinariamente es considerado como alma. Si uno piensa del ser nada más que como el estado de personalidad interior como existiendo aparte de cual­quiera realización del mundo, entonces él también está cercano a aquellas ideas características que la religión y la filo­sofía mística denominan alma.

Ralph M. Lewis, F.R.C.

Sufrimiento y Final del Sufrimiento

Los budistas han conocido desde siempre la interconexión de todas las cosas, y ahora los físicos la confirman. Nada de lo que ocurre es un suceso aislado; sólo aparenta serlo. Cuanto más lo juzgamos y lo etiquetamos, más lo aislamos. Nuestro pensamiento fragmenta la totalidad de la vida. Sin embargo, es la totalidad de la vida la que ha producido ese suceso, que es una parte de la red de interconexiones que constituyen el cosmos.
Esto significa que cualquier cosa que es, no podría haber sido de otra manera.

En la mayoría de los casos, ni siquiera podemos empezar a comprender la función que un suceso aparentemente sin sentido puede desempeñar en la totalidad del cosmos; pero reconocer su inevitabilidad dentro de la inmensidad de la totalidad puede ser el principio de una aceptación interna de lo que es y nos permite realinearnos con la totalidad de la vida.

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La verdadera libertad y el final del sufrimiento estriban en vivir como si hubieras elegido deliberadamente cualquier cosa que sientas o experimentes en este momento.
Este alineamiento interno con el Ahora es el final del sufrimiento.

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¿Es imprescindible sufrir? Sí y no.
Si no hubieras sufrido como has sufrido, no tendrías profundidad como ser humano, ni humildad, ni compasión. No estarías leyendo esto. El sufrimiento abre el caparazón del ego, pero llega un momento en que ya ha cumplido su propósito. El sufrimiento es necesario hasta que te das cuenta de que es innecesario.

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La infelicidad necesita un «yo» fabricado por la mente, con una historia, una identidad conceptual. Necesita tiempo, pasado y futuro. Cuando retiras el tiempo de tu infelicidad, ¿qué queda? Únicamente este momento tal como es.
Puede ser una sensación de pesadez, agitación, tirantez, enfado e incluso náusea. Eso no es infelicidad, y no es un problema personal. No hay nada personal en el dolor físico humano. Simplemente es una intensa presión o una intensa energía que sientes en alguna parte del cuerpo. Al prestarle atención, la sensación no se convierte en pensamiento, y de ese modo no reactiva el «yo» infeliz.
Observa qué ocurre cuando dejas que la sensación sea.

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Surge mucho sufrimiento, mucha infelicidad, cuando crees que es verdad cada pensamiento que se te pasa por la cabeza. Las situaciones no te hacen infeliz. Pueden causarte dolor físico, pero no te hacen infeliz. Tus pensamientos te hacen infeliz. Tus interpretaciones, las historias que te cuentas, te hacen infeliz.
«Los pensamientos que estoy pensando ahora mismo me hacen infeliz.» Cuando te das cuenta de este hecho, rompes tu identificación inconsciente con dichos pensamientos.

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¡Qué día más horrible!
Él no ha tenido el detalle de devolverme la llamada.
Ella me ha decepcionado.
Pequeñas historias que nos contamos y contamos a otros, a menudo en forma de quejas. Están diseñadas inconscientemente para ensalzar nuestro siempre deficiente sentido de identidad haciendo que nosotros «tengamos razón» y la otra persona que esté «equivocada». «Tener razón» nos sitúa en una posición de superioridad imaginaria, fortaleciendo el falso sentido del yo, el ego. Este mecanismo nos crea algún tipo de enemigo: sí, el ego necesita enemigos para definir sus límites, y hasta el tiempo meteorológico puede cumplir esa función.
Los juicios mentales habituales y la contracción emocional hacen que mantengas una relación personalizada y reactiva con las personas y sucesos de tu vida. Todo esto son formas de sufrimiento autocreado, pero no las reconoces como tales porque son satisfactorias para el ego. El ego se crece en la reactividad y el conflicto.
Qué simple sería la vida sin estas historias.
Está lloviendo.
El no ha llamado.
Yo estuve allí. Ella, no.

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Cuando estés sufriendo, cuando te sientas infeliz estáte totalmente con lo que es Ahora. La infelicidad y los problemas no pueden sobrevivir en el Ahora.

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El sufrimiento comienza cuando nombras o etiquetas mentalmente una situación como mala o indeseable. Te sientes agraviado por una situación y ese resentimiento la personaliza, haciendo que surja el «yo» reactivo.
Nombrar y etiquetar son procesos habituales, pero esos hábitos pueden romperse. Empieza a practicar en pequeños hechos el hábito de «no nombrar». Si pierdes el avión, si dejas caer y rompes una taza, o si te resbalas y caes en un charco, ¿puedes contenerte y no llamar mala o dolorosa a esa experiencia? ¿Puedes aceptar inmediatamente que ese momento es como es?
Considerar que algo es malo produce una contracción emocional en ti. Cuando dejas que la situación sea, sin nombrarla, de repente dispones de una enorme energía.
La contracción corta tu conexión con ese poder, el poder de la vida misma.

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Comieron el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Ve más allá del bien y del mal absteniéndote de etiquetar mentalmente las cosas, de considerarlas buenas o malas. Cuando vas más allá del hábito de nombrar, el poder del universo se mueve a través de ti. Cuando mantienes una relación no reactiva con las experiencias, muchas veces lo que antes hubieras llamado «malo» dará un giro rápido, cuando no inmediato, mediante el poder de la vida misma.
Observa qué ocurre cuando, en lugar de considerar «mala» una experiencia, la aceptas internamente, le das un «sí» interno, dejándola ser como es.

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Sea cual sea tu situación existencial, ¿cómo te sentirías sí la aceptases completamente como es, ahora mismo?

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Hay muchas formas de sufrimiento sutiles y no tan sutiles que consideramos «normales», y que generalmente no reconocemos que nos hacen sufrir, e incluso pueden ser satisfactorias para el ego: irritación, impaciencia, ira, tener un problema con algo o alguien, resentimiento, queja.
Puedes aprender a reconocer todas esas formas de sufrimiento cuando se presentan, y reconocer: «En este momento estoy creando sufrimiento para mí mismo.»
Si tienes el hábito de crearte sufrimiento, probablemente también harás sufrir a otros. Estos patrones mentales inconscientes tienden a llegar a su fin por el simple hecho de hacerlos conscientes, dándote cuenta de ellos a medida que ocurren.
No puedes ser consciente y crearte sufrimiento a ti mismo.

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Éste es el milagro: detrás de cada estado, persona o situación que parece «malo» o «malvado» se esconde un bien mayor. Ese bien mayor se te revela -tanto dentro como fuera- mediante la aceptación interna de lo que es.
«No te resistas al mal» es una de las más altas verdades de la humanidad.

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Un diálogo:
Acepta lo que es.
Realmente no puedo aceptarlo. Hace que me sienta molesto y enfadado.
Entonces acepta lo que es.
¿Aceptar que estoy molesto y enfadado? ¿Aceptar, que no puedo aceptarlo?
Sí. Lleva aceptación a tu no-aceptación. Lleva rendición a tu no-rendición. A continuación observa qué ocurre.

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El dolor físico es uno de los profesores más severos que podemos tener. Su enseñanza es: «La resistencia es inútil.»
Nada podría ser más normal que el deseo de no sufrir. Sin embargo, si puedes abandonar esa actitud y permitir que el dolor esté presente, tal vez sientas una sutil separación interna del dolor, como un espacio entre el dolor y tú, por así decirlo. Esto implica sufrir conscientemente, voluntariamente. Cuando sufres conscientemente, el dolor físico puede quemar rápidamente el ego en ti, ya que el ego está compuesto en gran medida de resistencia. Lo mismo es válido para la incapacidad física extrema.
«Ofrecer tu sufrimiento a Dios» es otro modo de decir lo mismo.

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No hace falta ser cristiano para comprender la profunda verdad universal contenida simbólicamente en la imagen de la cruz.
La cruz es un instrumento de tortura. Representa el sufrimiento más extremo, la mayor limitación, la mayor impotencia con la que un ser humano puede toparse. Entonces, de repente, ese ser humano se rinde, sufre voluntariamente, conscientemente, y eso queda expresado en las palabras: «Hágase tu voluntad, y no la mía.» En ese momento, la cruz, el instrumento de tortura, muestra su cara oculta: también es un símbolo sagrado, un símbolo de lo divino.
Lo que parecía negar la existencia de cualquier dimensión trascendental en la vida, se convierte, mediante la rendición, en una abertura a esa dimensión trascendental.

FIN

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El Silencio Habla Título Original: “Stillnes Speaks”
Ó2003, Eckhart Tolle
Traducción 2004 Miguel Iribarren