Cuando juzgamos, olvidamos ponernos en el lugar del otro,
ser el otro, y cerramos nuestro corazón.
Con el corazón cerrado, quedamos solos,
aunque estemos rodeados de gente.
En cambio, cuando dejamos de juzgar
abrimos nuestro corazón.
Y, con él, abrimos nuestros ojos.
Podemos ver al otro, saber quién es,
averiguar qué le pasa, cómo se siente.
Así, nuestros vínculos (de pareja, de amistad,
familiares, como padres, como hijos, con colegas)
se hacen más verdaderos, más profundos,
con bases más sólidas.
Desarrollamos la empatía y, con ella,
empezamos a desplegar uno de los atributos humanos
más elevados y esenciales para una vida plena,
con sentido: la aceptación.
Aceptación es más que tolerancia.
En la tolerancia queda aún un matiz de juicio
(Soy mejor que tú,
por eso te tolero a pesar de tus defectos).
Dejar de juzgar es empezar a conocer al otro.
Conocer es aceptar.
Y quien aprende a aceptar, nunca está solo.
Sergio Sinay