estás viendo el reflejo de algo que navega en tu interior,
algo que duerme y se despierta sin que te des cuenta,
algo que cuando se reconoce en el espejo del mundo,
te habla con un código que percibes como emociones.
Si los atributos que hallas en otros no estuvieran ya en ti,
te sería imposible reconocerlos, porque el alma descubre
sólo aquello que ya posee.
Y esto vale para la virtud y para el defecto.
Tus ojos están separados, pero tu mirada es una sola.
Si miras bien aquello que te separa de los otros,
descubrirás lo mismo que te une a ellos:
lo que te diferencia es lo mismo que te atrae.
Lo que ves en los otros, es simétrico a lo que abunda dentro de ti,
y así como la boca de un hombre habla de lo que lleva en su corazón,
tu mirada hacia el mundo es el destello de tus espejos interiores,
donde aquello que amas y odias en las personas
es lo mismo que amas y odias en ti.
Si así no fuera, ¿para qué perderías tiempo y esfuerzo
tratando de diferenciarte de los demás?
Tus intentos de separarte son combates inútiles,
y te hunden en el sufrimiento pasivo. Ninguna flor se abre en ese jardín.
Observa: hay una moral perversa que educa a los hombres
para ver lo peor o lo mejor de sí mismos,
pero nunca las dos cosas al mismo tiempo.
Mientras insistas sobre aquello que consideras negativo
en los otros o en ti, sólo lograrás aumentar su poder sobre ti.
Si quieres matar al monstruo, déjalo morir de hambre;
no sigas nutriéndolo con la fuerza de tu pensamiento.
Más te vale seguir el ejemplo de aquello que se abre
hacia su futuro luminoso, como una flor nacida en el desierto,
que no pide permiso al destino para asomarse a la vida.
Jorge Bucay
Libro: “El Buscador”