No se debe a los títulos nobles y académicos que tienes,
ni a la sangre heredada,
ni al colegio o la universidad donde estudiaste.
No se debe a las dimensiones de tu casa o
a cuantos carros quepan en tu garaje.
No se trata de si eres jefe o subordinado;
o si eres miembro prominente de clubes sociales.
No tiene que ver con el poder que ejerces
o si eres un buen administrador o hablas bonito,
si las luces te siguen cuando lo haces.
No es la tecnología que empleas.
No se debe a la ropa que usas,
ni a los grabados que mandas bordar en tu ropa,
o si después de tu nombre pones unas siglas
deslumbrantes que definen tu estatus social.
No se trata de si eres emprendedor,
hablas varios idiomas,
si eres atractivo, joven o viejo.
El éxito...
se debe a cuánta gente te sonríe,
a cuánta gente amas y
a cuántos admiran tu sinceridad y
la sencillez de tu espíritu.
Se trata de si te recuerdan cuando te vas.
Se refiere a cuánta gente ayudas,
a cuánta evitas dañar
y si guardas o no rencor en tu corazón.
Se trata de que en tus triunfos estén incluidos tus sueños.
De si tus logros no hieren a tus semejantes.
Es acerca de tu inclusión con otros,
no de tu control sobre los demás.
Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón,
si fuiste egoísta o generoso,
si amaste a la naturaleza y
a los niños y
te preocupaste de los ancianos.
Es acerca de tu bondad,
tu deseo de servir,
tu capacidad de escuchar y
tu valor sobre la conducta.
No es acerca de cuántos te siguen
si no de cuántos realmente te aman.
No es acerca de transmitir,
sino cuántos te creen
si eres feliz o finges estarlo.
Se trata del equilibrio de la justicia
que conduce al bien tener y al bien estar.
Se trata de tu conciencia tranquila,
tu dignidad invicta y
tu deseo de ser más, no de tener más.
¡Esto es éxito!
Anónimo