lunes, 20 de mayo de 2013

¿En serio conoces cómo es tu relación con el dinero? 6 claves universales de la prosperidad

Si cerras los ojos, te relajas y piensas por un instante en dinero, observando las imágenes que aparecen en tu mente y sintiendo las emociones que eso te causa tendrás un resumen de tu relación con la riqueza. 

Con frecuencia las personas dicen que tienen un excelente vínculo con el dinero y que desean que llegue a sus vidas, pero ni siquiera alcanzan a darse cuenta de que existen ideas dentro de si que de forma automática les llevan a pensar que es muy difícil conseguir dinero, que nunca tendrán una vida desahogada o que si lo consiguen habrá quienes quieran aprovecharse de su situación.

Todos los movimientos que tenemos en la vida tienen un precio, por eso cuando hablamos de cambios hablamos de abandonar la vida zona de confort. El éxito económico no es la excepción y para alcanzarlo hay que pagar un precio que con frecuencia se expresa en términos de horas trabajadas, ideas innovadoras, estructura mental, amor por lo que hacemos, distinción de nuestra familia de origen, valentía frente al cambio etc.

Si estamos en disposición de pagar el precio, nuestras acciones se encaminará de forma automática a aquello que nos ayude a alcanzar los objetivos deseados, pero si no, encontraremos eventos que llamaremos obstáculos, para justificar nuestra falta de adhesión al logro de nuestras metas.

La abundancia en la vida parece ser un estado con el que contactamos o no, y existen reglas muy concretas que puedes seguir para asegurar que dicha conexión sí suceda.

Para conocer mas acerca de este tema, los esperamos este  2 de junio  a las 9:30 en  Sevilla 30 piso 2 Colonia Juárez. México DF. A dos cuadras de la glorieta de la Diana Cazadora. 
Contacto: Angélica Ostoa Montes, teléfono 3627-6632. 
e-mail: clientes@grupoconocete.com
Dirigido a: Hombres y mujeres mayores de 18 años.

Vivir en sociedad

Todos tenemos en la mente conceptos como urbanidad, cortesía, protocolo, etiqueta y buena educación. Estos conceptos se refieren a la necesidad de usos sociales, de pautas de comportamiento asumidas por la mayoría que facilitan y hacen mucho más cómoda la relación con nuestros semejantes.

A mí, personalmente, me satisface más la expresión “buena educación” o simplemente “educación”, que es una expresión más amplia y al mismo tiempo de límites más subjetivos que las mencionadas como urbanidad, cortesía, protocolo o etiqueta, que considero demasiado complicados y hasta afectados.

Para vivir en sociedad es necesario, a mi juicio, tener la mayor reserva posible de esas virtudes humanas a que acabamos de referirnos en semanas anteriores y que hacen posible que la educación sea, primordialmente, una verdadera transformación interna. La “buena educación” será, entonces, educación moral, educación en valores humanos. A la “buena educación” es conveniente añadir los que suele llamarse “ética de las formas”, o más coloquialmente, “buenos modales”.

El sociólogo Amando de Miguel, en su último libro sobre urbanidad defiende con gran acierto que “la base de la urbanidad es moral: no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.”
A continuación ofrezco una síntesis de formas educadas de comportamiento básicas:

Dar comprensión y apoyo y tender siempre la mano al enfermo, al anciano y, en general, al más débil y necesitado.
Esto incluye detalles como dejar el asiento o el lugar más cómodo a una mujer embarazada o que va cargada con un niño en los brazos, a un disminuido físico, etcétera.
Comer con educación, sin afectación, y evitar las consabidas costumbres de mal gusto, como sorber la sopa, usar palillo de dientes, masticar enseñando la comida con la boca abierta….
Pedir las cosas “por favor”, dar las gracias y pedir perdón si de alguna forma hemos molestado a alguien.
Dejar salir antes de entrar y no pretender colarse haciéndose el listo cuando los demás esperan pacientemente su turno.
Mirar a las personas mientras nos hablan y les hablamos y no dar la espalda cuando se está en grupo.
Escuchar a quien nos habla y no interrumpir su discurso de forma brusca con nuestras opiniones, dándole a entender que nos importa poco cuanto dice.
No quedarse mirando a minusválidos ni a personas que por cualquier rareza en su indumentaria, expresiones o estado físico o psíquico nos sintamos por curiosidad impulsados a mirar con más insistencia.
Evitar en lo posible muletillas, palabras y expresiones de mal gusto, soeces y ofensivas a Dios o a personas con creencias religiosas.
No tratar de escuchar conversaciones ajenas (“poner la antena”) y estar de forma descarada escuchando algo que no va con nosotros ni nos importa.
Procurar llamar a cada persona por su nombre y evitar recurrir constantemente a los pronombres: tú, ése, aquél).
No señalar a nadie con el dedo ni en público ni en privado.
Gritar mientras se habla, gesticular demasiado y hablar tan alto que todo el mundo se entera de lo que decimos a nuestro interlocutor, es una de las más frecuentes muestras de poca educación.
Hablar en secreto, como en un aparte a alguien cuando se está en un grupo con otros amigos, es grave falta de educación siempre.
Pocas cosas dejan bien patente la mala educación como las bromas pesadas, las gansadas de mal gusto y hacer pagar novatadas y otras acciones semejantes.
Higiene básica, elemental para la convivencia, como es no escupir en la calle, permitir al perro defecar en las aceras y arrojar cigarrillos, papeles o cualquier tipo de desperdicio y basura en la vía pública.
En definitiva, la interrelación existente entre “dar y recibir” es básica en la vida de las buenas relaciones entre los hombres como lo es para las plantas absorber anhídrido carbónico y dejar libre el oxígeno como aspectos imprescindibles de un mismo ciclo.

Bernabé Tierno