lunes, 2 de diciembre de 2013

Tu decides

Cuando el circo de las relaciones humanas se nos queda estrecho, nos ahogamos en nuestra soledad. En ese momento es cuando deseamos romper las barreras que nos separan de los demás, pero nuestro adiestramiento de años nos lo pone muy difícil: el miedo al ridículo, al rechazo o a la incomprensión, nos limita en nuestra soledad.

Venimos a éste mundo siendo inocentes, almas puras. Sin emociones religadas, sin dudas, sin miedos, sin mentiras. Llegamos para descubrir, luminosos y coherentes. Vulnerables pero abiertos al mundo, animados por una curiosidad rotunda y radical, dotados de la pasión por vivir. Al poco tiempo es cuando empezamos con la búsqueda del sentido de una realidad diaria llena de luces y sombras, donde asaltan el amor, el miedo, la tristeza o la tentación…

Cuando somos adultos, nos amoldamos a una sociedad jerarquizada en la que dependemos de la opinión de los demás para poder sentirnos cómodos con nuestras decisiones y nuestros sentimientos. Necesitamos la aprobación de los demás para sentirnos adecuados. Si seguimos las normas, recibiremos esta aprobación. Cualquiera que se salga del engranaje emocional y social se sentirá abandonado a su suerte, sin necesitar siquiera la desaprobación explícita de los demás. Simplemente, sentirá que ya no pertenece al grupo y asociará este sentimiento con la desaprobación, es decir, con la exclusión del grupo. Y esto es muy difícil de sobrellevar, porque el desprecio de los demás, por razones evolutivas, suscita el miedo inconsciente a la muerte.
Cómo nos enfrentemos a estas etapas vitales, desde la inocencia o desde la rigidez, determinaremos el tejido de nuestra existencia, de cada emoción, de cada gesto, de cada pensamiento, y es sabido que viviremos según nuestros pensamientos.

Está en nuestras manos saber vivir y romper las cadenas de lo que nos oprime y encorcheta. Somos nuestros propios salvadores. Dios nos dio todas las herramientas necesarias para alcanzar nuestra propia salvación.

En lugar de sentirnos culpables por nuestros pensamientos, deseos y características negativas, podemos ocuparnos en combatirlas y transformarlas para que se conviertan en bendiciones, energía positiva y Luz pura.

Fuente: Oasis

Pon una sonrisa a la vida

Cuando tengas una pena
refúgiate en lo hermoso de la vida.
Vive una mañana con alegría
al despertar pensando
que algo mejor nos ha de llegar.

Transforma la tarde, placentera, con tus risas;
dándole a cada cosa el color perfecto.

Espera la noche con la esperanza
que la otra mañana será aún mucho mejor,
diciéndole gracias a Dios
porque cada mañana pasada,
cada tarde vivida
y cada noche soñada
te haya hecho aminorar tu pena
con una gran sonrisa a la vida.

Esa, nunca se agota;
siempre y cuando del corazón te brote
para hacer, una vez más,
que siga viva la fe
para poder enfrentar
todos los grandes retos,
todos esos escollos
que como prueba la vida nos da.

Sonríe siempre,
pues ésa será el arma poderosa
para ganar tus grandes batallas
en esta vida
y en la otra,
que quizás
también nos haga falta.

Fuente: Oasis