Le estoy escribiendo esta carta para pedirle un favor.
Usted sabrá disculpar la molestia.
No, no tema, no es que quiera conocerlo.
Ha de ser usted un señor muy solicitado,
habrá tanta gente que querrá tener el gusto,
pero yo no.
Cuando alguna gitana me atrapa la mano
para leerme el porvenir, salgo corriendo a la disparada
antes de que ella pueda cometer semejante crueldad.
Y sin embargo, usted, misterioso señor,
es la promesa que nuestros pasos persiguen
queriendo sentido y destino.
Y es este mundo, este mundo y no otro mundo,
el lugar donde usted nos espera.
A mí, y a los muchos que no creemos en los “dioses”
que nos prometen otras vidas
en los lejanísimos hoteles del Más Allá.
Y ahí está el problema, señor Futuro.
Nos estamos quedando sin mundo.
Los violentos lo patean como si fuera una pelota.
Juegan con él “los señores de la guerra”
como si fuera una granada de mano,
y los voraces lo exprimen como si fuera un limón.
A este paso, me temo, más temprano que tarde,
el mundo podría no ser más que una piedra muerta
girando en el espacio, sin tierra,
sin agua, sin aire y sin alma.
De eso se trata, señor Futuro.
Yo le pido, nosotros le pedimos, que no se deje desalojar.
Para estar, para ser, necesitamos que usted siga estando,
que usted siga siendo,
que usted nos ayude a defender su casa,
que es la casa de tiempo.
Háganos esa gauchada, por favor.
A nosotros, a los otros,
y a los otros que vendrán después,
si tenemos un después…
Le saluda atentamente:
Un terrestre.
Eduardo Galeano
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