Cada ser que nace en la Tierra es una ficha única, de ese rompecabezas enorme que significa la totalidad. Esa ficha es útil, cuando su forma no ha sido distorsionada y encaja bien en el sitio que le corresponde. La forma corporal y la actividad por cumplir también guardan una correlación mágica: si traes, como aprendizaje, realizar oficios que requieran resistencia y fuerza bruta, es claro que tu cuerpo no podrá ser delicado y fino como el de un poeta, ni tampoco te distinguirás por la fragilidad etérea que caracteriza una bailarina de ballet.
Todos los seres humanos son bellos, porque expresan la variedad y multiplicidad con la que se viste la vida. Tú, como mujer, puedes ser gorda, delgada, alta, bajita, negra, cobriza, o rubia; puedes tener rasgos agudos, o una cara plana de luna llena. ¡Y siempre estarás bien! Es correcto que tu cuerpo cambie con las estaciones, porque cada edad tiene un diseño propio, de acuerdo a los roles que tiene que asumir: la espigada señorita casadera, la madre de suaves formas redondeadas, o la abuela de apariencia venerable.
Un sistema de educación equivocado, y la insistente lavada de cerebro para promover el consumismo, han provocado el que la gran mayoría de los individuos quieran ser distintos de lo que son, y se esfuercen por estar en el sitio que no les corresponde. Hay que advertir que quienes así han sido condicionados, están destinados a reciclar luchas y desencantos. Ellos proyectan la felicidad hacia el futuro, lo que es garantía de su ausencia en el ahora.
Las modas imponen un modelo, y el rebaño obediente lo acata. Hemos llegado hasta el extremo de rechazar de “lo que es”, para dar prioridad a lo que “debería ser”. ¿Eres mujer? Para la sociedad solo eres aceptable si el tiempo y la experiencia no se notan en tu cara, y si tu figura coincide con el prototipo de “la muñeca Barbie”. Ella representa la forma humana inerte, sin corazón, y con aserrín a cambio de cerebro. ¡Y pensar que para lucir así, muchas se someten a moldear su cuerpo con la cuchilla del cirujano plástico!
Es enorme el sufrimiento que experimenta el ser humano porque no se acepta a sí mismo. Pero esta actitud aprendida nace de la perversión de un sistema que inculca el irrespeto por la vida. No te dejes engañar, la verdad es que tú nunca podrás coincidir con ningún molde que no esté hecho a tu medida. Además, cuando te empeñas en ser, o en hacer, aquello que no te corresponde, vas directo a sumar fracasos y añadir más bloqueos a tu ya desequilibrada hoja de vida.
Entonces, no te extrañe que el primer paso hacia la felicidad consista en aceptar tu cuerpo físico tal como es. Aprende poco a poco a valorarlo, porque es la única presencia con la que puedes contar “hasta que la muerte los separe”. Comprende que la verdadera belleza no depende del tipo de nariz que exhiba el rostro. Belleza es un estado de equilibrio interno, que se manifiesta externamente como un estado permanente de salud y de armonía.
Tu envoltura física cumple con expresar fielmente aquello que tú eres en los mundos sutiles. Recuerda: “como es adentro es afuera”. Tu figura es moldeada por las actitudes internas: tus pensamientos, y emociones, tus palabras y acciones se vuelven carne y sangre. ¡Observa! Tu vida puede volverse fascinante si estás atento a la acción y reacción: eres la combustión continua de mente, y emociones que se transforman en materia.
Impresas en tu cuerpo llevas las huellas de lo que ya viviste, y las promesas de lo que está por venir. La ley de “Causa y Efecto” rige en cada instante. Por ello, si persistes en dejarte robar la paz por inútiles tormentas emocionales que no aportan soluciones, el precio que tendrás que pagar será muy alto: se alterará tu postura, lo que acarreará dolores; y nuevas arrugas en tu cara delatarán cada tropiezo. ¿Deseas retrasar el envejecimiento? Ningún ingrediente puede ser tan efectivo como estar en paz contigo mismo, y proyectar esa paz a quienes te rodean.
Hortensia Galvis
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