De esta forma, cuando nos vemos circundado por un problema, lejos de tratar de huir temporalmente –en cuyo caso seremos constantemente perseguidos por él- podemos elegir desplegar nuestras alas... tomar conciencia de la grandeza de nuestra vida... de lo que verdaderamente somos... de nuestras reales capacidades... de aquello que está en nosotros mismos... Cuanto mayor sea el problema, más grande mostraremos nuestras alas, nuestra figura... y enfrentando la circunstancia podremos soportar el tempestuoso momento convencidos de que el sol nos espera arriba...
Más aún... cuando el águila afronta el momento culminante de su vida, cuando avizora el momento del final de su existencia, lejos de amedrentarse, de recluirse, de cerrarse en si misma, realiza el mayor de los esfuerzos de toda su vida en desplegar sus alas hasta que la sombra que produzca sea la mayor jamás vista. Así se eleva hasta las mayores de las alturas donde encontrará el lugar que ella misma elige para su muerte. La última imagen que puedas tener de un águila siempre será la de la majestuosidad de su figura con sus alas extendidas. Si lo hace un maravilloso pero simple animal como el águila... ¿no será posible que esta sea la actitud en nuestras vidas?
Desconozco a su autor